domingo

Confesiones a una amiga




No sé porqué te escribo esta carta, se que tu nunca me has pedido explicaciones ni yo te las he tenido que dar, quizás es porque necesito escribir, desahogarme, necesito tener un destinatario, y tu siempre estas hay.

Quiero expresar mis sentimientos, pero todo lo que me parecía diáfano se me torna difuso, quizás temo que me juzgues mal, o tal vez la vergüenza que siento engarrota mi mano a la hora de escribir, no se como empezar pero temo que una vez que empiece no podré parar.

Tendría que empezar diciéndote que suelo ser un solitario que le hace daño su propia soledad, no se vivir en compañía, el peso de la compañía me desquicia, no soporto tanto ruidos, voces, la forzosa necesidad de compartir espacios, quería partir sentir me yo.

Y ahora que estoy solo, tanta soledad me oprime el pecho, me gusta estar solo pero necesito sentir el calor, el afecto de los demás, me siento como un náufrago que navega a la deriva, en un mundo de soledad, mi mundo

Por la noche me cuesta dormir, me despierto sobresaltado, nervioso, temo que me estoy acostumbrando a esta soledad, abro los ojos, me veo a mi y a mis sombras, todo está en silencio, no oigo las voces, los ruidos, que tanto me desquiciaban, Y es como si flotara en un vacío insondable, propio, sin metas ni razones. Y entonces me siento como privado del tiempo, relevado de cualquier obligación. Estoy lejos del mundo, de la rutina y de mi propia soledad. Suspendido en algún extraño universo perfecto. Efímero como una pompa de jabón.

He creado espacios en mi mundo para evadirme, para buscarme en esa soledad, me siento tan perdido. A veces hasta yo mismo me sorprendo de la facilidad con la que recupero mi espontaneidad. Me resulta siempre tan fácil hablarte… tan fácil contarte mis cosas, decirte la verdad sobre lo que sea, sobre lo que pienso, sobre lo que siento, es tan sencillo charlar contigo… Me haces sentir muy bien, sabes? a gusto, cómodo, tranquilo, relajado, me inspiras esa confianza que me has inspirado siempre y que me empuja a hablarte sin tapujos, de mi manera más directa, y de repente me descubro a mí mismo en una de esas conversaciones en las que se queda al descubierto algo más que parte de mi alma… pero no me importa porque eres tú quien la está viendo. Es maravillosa esa libertad que consigo a tu lado, no necesito quedar bien, ni tener “cuidado”, ni me da vergüenza mostrarme vulnerable y dejarte entrever mis debilidades, mis emociones, las cosas que me afectan, las que me molestan, las que me encantan y hasta las que me entristecen…

Porque todos esos lugares viven mientras mi aliento los llena de vida. Pero mi aliento es cada día más débil y sobrevivir con mis recuerdos requiere con frecuencia de todas mis fuerzas. Y sin embargo ¿qué sería de mí sin mis recuerdos? Si los perdiese, sería como un álbum al que hubieran arrancado todas sus fotos. A menudo he encontrado consuelo dejando flotar los recuerdos ante mí, como burbujas brillantes llenas de mi alma hasta que reventaban en gotas como lágrimas, dejando paso a un nuevo visitante. Soy un cúmulo de errores, fracasos, disimulos, huidas y mentiras. Me han abandonado y he permanecido ahí, de pie, con la mirada volcada sobre mi alma que se perdía en simas oscuras y solitarias.

Me temo que escribo sin orden ni medida. Galopan las palabras sobre el papel como poseídas por un latido propio, como peleándose por salir de donde estuvieran encerradas y extenderse ante ti como las olas en la playa, muriendo dulcemente cumplido su viaje

¡Conecta los altavoces!, si padece del Corazón por favor no lo veas

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